PEDRO PAZ – La fase primario – exportadora.
Argentina logró insertarse desde mediados del S XIX a la división internacional del trabajo con un sector agrícola, un gran movimiento de inmigración, una extensión de sus líneas ferroviarias, cierta diversificación de su estructura productiva y un proceso activo de urbanización en las zonas portuarias. Los lineamientos de la política económica son de corte liberal hasta 1916. Como el eje de la acumulación era la expansión de la frontera agrícola para la producción agroexportadora, ello definía también la orientación central de la política económica de la política en general. Conquista del desierto (nuevos territorios apropiados), política de inmigración para proveer de mano de obra, expansión de vías de comunicación y transporte hacia los puertos de exportación, etc. La expansión de la agricultura en Argentina implicó una transferencia masiva de recursos humanos y de capital se orientaron hacia la construcción de un sistema de transporte interno y de facilidades portuarias, en la creación de una vasta red ferroviaria, ampliación del stock ganadero, utilización de barcos refrigerados, instalaciones de frigoríficos y de puertos, introducción de alambradas en los campos, etc. Se trata de un proceso considerable de transformación tecnológica y de un aumento sustancial de la productividad.
La economía argentina de la época se caracterizó por un nivel de remuneraciones a la fuerza de trabajo superior al que prevalecerá en las demás economías periféricas del mismo período. Y a diferencia de las otras economías exportadoras dependientes de América, Argentina se singularizó por una escasez de mano de obra. A fines del S XIX, se trata de atraer mano de obra para las actividades productivas de exportación rurales como para las urbanas. Para ello, se debía ofrecer un ingreso competitivo con respecto del nivel que los inmigrantes europeos podían obtener en otras economías de inmigración, como la norteamericana, la australiana, etc. Durante la época existía una intensa movilidad de recursos humanos no sólo entre los países de emigración y los receptores, sino también entre estos últimos. Dado un aumento de la productividad del sector exportador y una tasa de salarios relativamente fija todo el excedente de ingresos netos por encima de los salarios pasó a manos de los propietarios de la tierra. En el caso de Argentina, éstos de los propietarios de la tierra. En el caso de Argentina, éstos se habían apropiado con anterioridad de toda la pampa húmeda donde se realizaba la expansión exportadora. En Argentina, el excedente queda en manos de un grupo de propietarios, y es éste un elemento importante para explicar la magnitud y destino del excedente del sector exportador en la fase primario-exportadora. De todas maneras, la actividad exportadora permitió monetizar la economía, creó una moderna agricultura de tipo capitalista con patrones de consumo correspondientes a los niveles de vida de los países del centro. La actividad exportadora constituye un mercado de insumos, requiere herramientas, materiales y maquinarias, no muy difíciles de elaborar en el lugar; necesita además una gran diversidad de servicios. Estimula el desarrollo del ferrocarril, telégrafo, comercio, finanzas, etc. Constituye una transformación radical de todo el sistema económico.
En cuanto a la fuerza de trabajo, este tipo de economía demanda mano de obra de diversas calificaciones que, en general, fue satisfecha por inmigrantes. Esto estimuló una inmigración masiva europea que representó una fuerte proporción de la población. En cuanto a la propiedad, la tierra se concentra en pocas manos de propietarios. Se forma así la gran hacienda donde prevalece empleo de mano de obra con carácter de asalariado y la agricultura donde existen sistemas de aparcería y arrendamiento. El arrendamiento consiste en la entrega a un inmigrante de una parte de la hacienda para que cultive granos.
Desde el punto de vista de la estructura social, el período de crecimiento hacia fuera significa la consolidación definitiva del grupo oligárquico terrateniente ligado a la actividad exportadora; significa también la formación de importantes grupos medios tanto urbanos como rurales. Los urbanos lo forman empleados públicos y privados vinculados a la expansión del aparato burocrático estatal y los servicios privados, los profesionales y técnicos, los empresarios de actividades industriales y servicios que se generan en torno a la expansión urbana y exportadora. En este proceso no se forma en el campo ni en la ciudad una gran masa obrera. En el campo, porque no existen las condiciones productivas para la constitución de una masa asalariada estable y concentrada; y en la ciudad, porque las actividades industriales son reducidas y se limitan a empresas pequeñas y medianas. Sólo en las actividades portuarias, en ferrocarriles y frigoríficos, se desarrollan grupos con organización sindical avanzada. Por consiguiente, el Estado representa al sector terrateniente-exportador y a los intereses extranjeros ligados a la actividad exportadora. Este es el trasfondo a partir del cual debe juzgarse el cambio en la economía mundial que comienza a ejercerse a partir de la 1º GM. La Argentina estaba ligada a Inglaterra, que comienza a perder dinamismo y a ser reemplazado por EEUU.
La crisis del ’30 disminuye el excedente del sector exportador. La salida a esa crisis fue un golpe militar de tipo oligárquico que intentará restaurar la hegemonía para el sector agrario-exportador. Se crea el Banco Central, se introduce el control de cambios, aceptan los déficits fiscales para mantener un cierto nivel de actividad económica anticipando una política anticíclica pseudo-keynesiana antes de la publicación de la “Teoría General”. La presencia de Pinedo y Prebisch son importantes para identificar el manejo de la política económica de esos momentos. El control político del Estado que ejerce la burguesía agro-exportadora gracias al golpe militar se orientó básicamente al control de los excedentes ya que la aguda recesión de la economía mundial impedía la expansión de la actividad exportadora. La caída de las importaciones debido a la depresión de la actividad exportadora en la década de los ’30 junto a un mercado interno amplio para la época, fueron una base sólida para la continuidad del crecimiento industrial. La expansión de la industria se apoyaba en una demanda interna creciente de bienes alimenticios, bebidas, tabaco, textiles, calzado, caucho, productos químicos, imprenta, etc. La continuación del desarrollo industrial diversifica aún más la estructura económica y social del país y agudiza las luchas por el control del excedente y por dominar el proceso de acumulación. El desarrollo industrial genera una burguesía industrial interesada en la ampliación del mercado interno.
SUSANA TORRADO – Estructura social de la Argentina – 1945 – 1983.
PERIODIZACIÓN Y MODELOS DE ACUMULACIÓN. La estrategia “justicialista” se dio en el período del ’45 al ’55; la “desarrollista” tuvo lugar desde el ’58 hasta el ’72; mientras que la “aperturista” se desarrolló entre el ’76 al ’83.
EL MODELO JUSTICIALISTA. Como consecuencia de la gran crisis del ’30, la Argentina debe abandonar el modelo agroexportador que había presidido desde fines del S XIX. Se inicia entonces un proceso de desarrollo basado en la industrialización sustitutiva de importaciones que habría de perdurar casi 50 años. En 1945, hace su aparición el movimiento que lidera Juan D. Perón, como expresión de una nueva alianza de clases: la obrera, y los pequeños y medianos empresarios industriales. En esta estrategia de corte “distribucionista”, la industria constituye el objetivo central del proceso de desarrollo. Se impulsa una industrialización sustitutiva basada en el incremento de la demanda de bienes de consumo masivo en el mercado interno, la cual es generada a través del aumento del salario real. El modelo requiere así medidas redistributivas del ingreso que impulsan la demanda interna y la ocupación industrial y, por lo tanto, la acumulación. El principal mecanismo para lograr estos objetivos fue la reasignación de recursos para la producción a través de la acción del Estado. Ello se logró mediante la expropiación parcial de la renta agraria a través de la nacionalización del comercio exterior de productos agropecuarios, transfiriendo los recursos así obtenidos al financiamiento del desarrollo industrial centrado en industrias de consumo masivo (particularmente alimentos y textiles). Las medidas que impulsaron la industrialización beneficiaron a los pequeños y medianos empresario de origen nacional, y a los asalariados industriales. Por otra parte, el Estado extiende su campo de acción económica y social al nacionalizar o crear empresas de servicios públicos, y al acentuar su estrategia redistributiva a través de la asignación creciente de recursos a la educación, la salud, la vivienda y la seguridad social. Entre los sectores que no se beneficiaron con este modelo, y que mostraron oposición, están el sector agroexportador que, al disminuir la producción exportable, favoreció una crisis en la balanza de pagos; la oposición de los grandes empresarios que retrotrajeron la inversión y trataron de recuperar ingresos a través del aumento de precios, con la consiguiente inflación.
EL MODELO DESARROLLISTA. En el contexto de una autoritaria proscripción del peronismo de la vida política nacional, en 1958 accede al poder un nuevo bloque caracterizado por la alianza de la burguesía nacional y el capital extranjero, corporizado este último por grandes empresas transnacionales norteamericanas que afluyen entonces al país en magnitudes grandes. El nuevo modelo fue impulsado por Frondizi (1958-62) y Krieger Vasena (ministro de economía del 1966-69). En esta nueva estrategia, la industria también constituye el objetivo central del proceso de desarrollo. Pero se impulsa ahora una industrialización sustitutiva de bienes intermedios y de consumo durable, en la que el incremento de la demanda está asegurado por la inversión, el gasto público y el consumo suntuario del reducido estrato social urbano de altos ingresos. El Estado también cumple un rol crucial en este modelo, mediante sus funciones como productor de bienes y servicios y como agente distribuidor de los recursos sociales. Las medidas del nuevo modelo fueron: reordenamiento legislativo que eliminó toda restricción al libre desplazamiento de capitales, creando así las condiciones requeridas para el ingreso de las empresas transnacionales; transferencia de ingresos desde el sector agropecuario hacia el empresariado urbano inducida a través del manejo de la tasa de cambio y de la imposición de retenciones a las exportaciones; transferencias de ingresos desde los asalariados industriales hacia las empresas transnacionales; beneficios directos a las actividades industriales consistentes en una fuerte protección aduanera y créditos subsidiarios. Aprovechando la existencia de mercados oligopólicos, se beneficiaron las grandes empresas de capital concentrado en las que predominaba el capital extranjero. El freno a esta estrategia estuvo dado por la convergencia de factores económicos y políticos de índole adversa. Entre los primeros, se cuenta la recurrencia de las crisis de la balanza de pagos, agravadas ahora por la remisión de utilidades y pagos por tecnología al capital extranjero. Entre los segundos, se cuenta la agudización del conflicto social que tradujeron el rechazo de los sectores populares respecto de los objetivos del modelo desarrollista.
EL MODELO APERTURISTA. El nuevo equipo militar del golpe de Estado del ’76, adoptó una estrategia de desarrollo diferente. Puede caracterizarse al nuevo bloque dominante como una alianza entre el estamento militar y el segmento más concentrado de la burguesía nacional y de las empresas transnacionales. En efecto, se dio implícitamente por terminada la industrialización como objetivo central del proceso de desarrollo. Así, la estrategia propugnada por Martínez de Hoz tendió a los siguientes objetivos: vigencia de los precios de mercado como régimen básico de funcionamiento; promoción de los sectores más dinámicos y más altamente competitivos, lo que implicaba la concentración del capital y la eliminación de empresas de menor productividad; amplia apertura de la economía a la importación de capital extranjero y de bienes de todo tipo; contención drástica del salario real como medio de controlar la inflación y de asegurar bajos costos de mano de obra a las empresas; principio de subsidiariedad del Estado en materia económica y social. Para alcanzar estas metas destacan la notable reducción de los aranceles a la importación; subvaluación de la paridad cambiaria; supresión de los antiguos subsidios y créditos preferenciales a la industria. Los principales beneficiarios de esta estrategia fueron grupos económicos de capital nacional y empresas transnacionales que por su grado de concentración lograron adaptarse más rápida y flexiblemente a las cambiantes condiciones de la acumulación durante el régimen militar. En 1982, la guerra de Malvinas comienza a poner fin a esta estrategia: aguda contracción económica por disminución de la producción y la demanda internas; disminución de las inversiones productivas; incremento de la deuda externa –estatizada-; empeoramiento de condiciones de vida de la mayoría de la población, debido a la reducción del salario real.
SEVARES – Texto del diario Clarín, 21 de diciembre del 2001.
La crisis de la convertibilidad es la crisis de un modelo que comenzó a implementarse en 1975, con una liberalización económica que produjo una explosión inflacionaria, una brusca retracción económica y una profundización de la crisis social. El programa fue continuado por Martínez de Hoz. La apertura financiera y la fijación del tipo de cambio fomentaron la especulación y el endeudamiento externo. El período militar terminó en retroceso productivo, inflación elevada y deuda externa ruinosa. El gobierno radical continuó la orientación implantada, con el resultado del estancamiento e hiperinflaciones. Luego vino la primera corta etapa del menemismo, con una nueva híper y una confiscación de ahorros. En 1991, la convertibilidad llevó al extremo la receta de privatización, liberalización y desregulación. El sistema frenó la inflación, pero en los 3 últimos años la estabilidad se transformó en deflación, fenómeno típico de las depresiones. Las privatizaciones estimularon el ingreso de capitales, pero la apertura profundizó el retroceso de industrias tradicionales. Los inversores externos compraron en su mayor parte empresas ya instaladas, del Estado y del sector privado, las capitalizaron con bienes importados y sustituyeron proveedores locales por extranjeros. En consecuencia, la desocupación se triplicó entre 1991/95. No obstante, el programa permitió que muchos grupos obtuvieran enormes beneficios que remitieron al exterior. La apertura inversora facilitó la extranjerización del sistema bancario (la mitad de los depósitos y los créditos está en manos de casas extranjeras) sin que eso abaratara el crédito. La apertura financiera facilitó el ingreso de capitales especulativos y la huida de muchos otros, mientras la extranjerización de la economía contribuyó a aumentar las remesas de divisas por giros de utilidades y pagos de servicios financieros y tecnológicos.
En la convertibilidad, el déficit debe cubrirse con endeudamiento. A pesar de eso, el gobierno menemista (Roque Fernández, ministro de economía), aumentó el déficit fiscal hasta 10.000 millones de dólares, por varias razones: el aumento del gasto por motivos políticos; la decisión de no combatir la evasión; el aumento de intereses de la deuda externa y la privatización del sistema de seguridad social. Una vez llegado Machinea, inició una política de ajuste fiscal que fue profundizado por Cavallo. La contracción de gastos y mensajes de austeridad frenaron la recuperación económica iniciada en agosto del ’99. Anunciaron medidas reactivadotas, pero la política siguió concentrada en la reducción del gasto. El desbarranque provocó una huida de capitales, que el gobierno miró pasivamente. Cuando las reservas y los depósitos llegaron a un nivel crítico, el gobierno decidió las restricciones a retiros bancarios.
JOSEPH STIGLITZ – Tres textos periodísticos.
10 DE ENERO DEL 2002. Los problemas empezaron con la hiperinflación de la década de los ’80. Para reducirla, hacía falta ‘anclar’ la moneda al dólar. Si la inflación continuaba, el tipo de cambio real del país se apreciaría, la demanda de sus exportaciones caería, el desempleo se incrementaría y eso moderaría las presiones de los salarios y los precios. El FMI fomentó el uso de este sistema cambiario. La fijación por ley de la paridad 1 a 1 entre el peso y el dólar redujo la inflación, pero no promovió un crecimiento sostenido. Se debió alentar a Argentina para que estableciera un sistema cambiario más flexible o, por lo menos, un tipo de cambio que reflejara más los patrones comerciales del país. Apenas se había recuperado el mundo de la crisis financiera del ’97-98, se deslizó hacia la desaceleración global del 2000-01, empeorando la situación de Argentina. Aquí fue donde el FMI cometió su error fatal: apoyó una política fiscal restrictiva, la misma equivocación que cometió en Asia Oriental, y con las mismas consecuencias negativas. Cualquier economista podría haber predicho que las políticas de ajuste del gasto incitan a la recesión y que los objetivos presupuestarios no serían alcanzados. No hace falta decir que el programa del FMI no alcanzó sus metas.
Hay siete lecciones que deben extraerse ahora de este proceso:
1. Fijar una moneda a otra como el dólar es muy arriesgado.
2. La globalización expone a un país a enormes sacudidas. Las naciones deben enfrentarse a esas sacudidas. Los ajustes de los tipos de cambio forman parte del mecanismo de globalización.
3. Ignorar los contextos social y político se vuelve un peligro en perjuicio propio. Cualquier gobierno que aplica políticas que dejan a sectores de la población desempleados, no está cumpliendo su misión primaria.
4. Centrarse en la inflación, sin prestar atención al desempleo, es arriesgado.
5. El crecimiento requiere de instituciones financieras que brinden créditos a las empresas nacionales. Vender los bancos a extranjeros puede impedir el crecimiento y la estabilidad.
6. Raramente se restablece la fortaleza económica con políticas que conducen a la economía de un país a una profunda recesión. El FMI es el gran culpable por haber insistido en políticas restrictivas.
7. Hacen falta mejores métodos para afrontar situaciones similares a la de Argentina. El FMI reconoce tarde que debe explorar otras alternativas.
POR QUÉ EL PAÍS QUE OBEDECIÓ LAS REGLAS QUEDÓ EN RUINAS. 10 DE MAYO DEL 2002. La crisis que se había ido tramando en Argentina durante varios años explotó en diciembre del 2001. La tasa oficial de desempleo se acercaba al 20%, la real era mucho mayor y los trabajadores dijeron basta. No le quedaba más camino que declararse en cesación de pagos, y su régimen económico, con el valor del peso argentino fijo respecto del dólar, se desmoronó. ¿La crisis fue causada por el déficit, la corrupción y la mala administración pública? Muchos economistas de EEUU sugieren que se podría haber prevenido la crisis si Argentina hubiera seguido los consejos del FMI, en especial reduciendo el gasto. Muchos latinoamericanos, sin embargo, opinan que el plan del FMI en su totalidad habría llevado al país a una crisis peor. El FMI le dijo “hagan reducciones” y Argentina obedeció, recortando sus gastos a nivel federal en un 10% entre 1999 y 2001. Evidentemente, los recortes exacerbaron la depresión. Un análisis más cercano de su presupuesto nos muestra lo injusta que es la imagen que nos han pintado del despilfarro en Argentina. Las cifras oficiales revelan un déficit de de menos del 3% del PBI –número que no resulta extravagante-. Recordemos que en 1992, cuando EEUU experimentaba una recesión mucho más moderada que la de Argentina, el déficit federal de EEUU era del 4,9% de su PBI. Esa cifra del 3% es engañosa, debido a la decisión de Argentina de privatizar su sistema de seguridad social en los ’90. Con aquel cambio, el dinero que se encontraba “dentro del presupuesto” se desplazó fuera del mismo.
Para comprender qué sucedió en Argentina, necesitamos analizar las reformas económicas que en América se emprendieron en los ’80. La lectura de la experiencia del caso Argentina es la siguiente: esto es lo que le sucede al alumno intachable y predilecto del FMI. El hecho de que Argentina haya pasado a estar ubicada entre los peores de la clase tiene mucho que ver con el sistema cambiario. Hace una década, sufría los efectos de la hiperinflación, que son siempre desastrosos. El anclaje de su moneda al dólar –un peso equivalía a un dólar independientemente de las condiciones económicas y de la tasa de inflación- actuó como cura al problema de la hiperinflación. El FMI respaldó esta política que estabilizaba la moneda y se suponía disciplinaria al gobierno, el cual no podía gastar más allá de sus medios a través de la emisión de moneda ya que al hacerlo, rompería el anclaje. Sólo podía gastar más allá de sus medios si se endeudaba. Había un solo problema: era un sistema condenado al fracaso. Ni EEUU pudo subsistir con una tasa fija de cambio. Si la mayoría del comercio de Argentina hubiera sido con EEUU, hubiera tenido sentido anclar el dólar. Sin embargo, el comercio de Argentina era con Europa y Brasil. Con el peso anclado al dólar, un dólar sobrevaluado implica un peso sobrevaluado. Y mientras EEUU ha podido sostener sus déficits comerciales, no fue así en el caso de Argentina. La devaluación era inevitable y los prestamistas en pesos insistían en cobrar tasas de interés aun mayores a modo de compensación por el riesgo cambiario. Algunos opinan que el sistema cambiario fijo de Argentina podría haber funcionado si no hubiera sido por la mala suerte de las crisis financieras globales. Pero ese no es el punto. Los mercados financieros internacionales son volátiles. El punto no era si el sistema cambiario caería, sino cuándo y cómo. En EEUU, cuando hay una depresión, todos acuerdan que el remedio reside en un estimulo fiscal. ¿Por qué entonces el FMI creyó que lo contrario –políticas fiscales opresivas- resolvería los problemas de Argentina? El FMI no hace públicos sus modelos económicos pero parece haber asumido que si Argentina redujera su déficit, llegarían las inversiones extranjeras, las cuales proveerían a Argentina de los fondos que necesita. Pero esa premisa tiene poco sentido.
La cuestión es sencilla: los verdaderos recursos de Argentina –su gente, su tierra fértil y sus bienes capitales- siguen ahí. Lo que la economía necesita es una reactivación, y la política del gobierno debe centrarse en esta tarea. Si el sector privado no puede mejorar la disponibilidad de crédito por sí solo, el gobierno debe desempeñar un papel más activo a la hora de restaurar las instituciones de crédito existentes y también crear algunas nuevas. ¿Creará inflación la participación del gobierno en la provisión de créditos? Dirigir el crédito para aumentar la oferta de mercancías no dispara la inflación, por el contrario, el aumento de la oferta de artículos de producción nacional podría ser un instrumento eficaz para combatirla. Lo único que podría resultar inflacionario es la necesaria expansión del crédito que esos gastos permiten.
La comunidad internacional puede ayudar a Argentina abriendo sus puertas a las mercancías de ese país. Las exportaciones contribuirán a reactivar la economía argentina, mientras que los consumidores de Europa y EEUU se beneficiarán de productos de buena calidad a precios bajos. Esta es una forma de hacer que la globalización funcione en beneficio de los necesitados.
DANI RODRIK – Después del neoliberalismo, ¿qué?
Luego de más de 2 décadas neoliberales, podemos hacer un juicio sobre sus resultados. Primero, examinaremos el crecimiento económico. En América Latina, sólo 3 países han crecido más rápido en la década de los ’90 que en el período 1950-80. Uno de ellos fue la Argentina. Este proceso de crecimiento ha sido acompañado por crecientes desigualdades en los ingresos de la mayoría de los países que adoptaron la agenda del Consenso de Washington. Los casos exitosos se han dado en países que no son ejemplos de neoliberalismo. Tal es el caso de China, Vietnam e India, que han violado todas las reglas de la guía neoliberal.
Ya que este fracaso se ha hecho evidente, una consecuencia ha sido la transformación de la agenda original de reformas en una más amplia: el “Consenso de Washington Aumentado”. El fracaso del consenso original se debe a una aplicación inadecuada de lo que en sí es un acertado conjunto de principios. El problema del Consenso de Washington Aumentado es que es amplia y universal, insensible a las necesidades.
Como primer paso para armar esta nueva agenda, ésta no debe ser una alternativa ante los siguientes factores:
Teorías económicas prevalecientes. Los críticos del neoliberalismo no deberían oponerse a las teorías económicas prevalecientes, sino a su mal empleo: A) Proveer derechos de propiedad y el cumplimiento de la ley, para que los inversores se aseguren la obtención de las utilidades provenientes de sus inversiones; B) reconocer la importancia de los incentivos privados y su alineación con los costos y beneficios sociales; C) manejar las políticas macroeconómicas y financieras con consideración hacia la sustentabilidad de la deuda, los principios de prudencia y una política monetaria sana para que la inflación, la volatilidad macroeconómica, las crisis financieras y otras patologías puedan evitarse. Estos son principios universales de buena gestión económica que no se pueden identificar con una única prescripción de medidas de política económica.
Crecimiento económico. La agenda alternativa no debería ser oponerse al crecimiento económico. El crecimiento no necesariamente genera una reducción de la pobreza. Pero los problemas de la pobreza son mucho más fáciles de manejar en el contexto de una actividad económica robusta que en medio del estancamiento.
Globalización. No creo que debamos oponernos a la globalización. Los países pobres necesitan mercados y tecnología, a los que pueden acceder a través del contacto con la economía mundial. El problema no es con la globalización, sino con la agenda distorsionada que la gobierna en la actualidad. Lo que tenemos en la actualidad es una agenda que privilegia la liberalización del comercio y los mercados financieros, mientras deja de lado las ganancias mayores que se podrían obtener producto de la liberalización del comercio en servicios laborales, un área en que los países en desarrollo tienen mucho para ofrecer.
¿Qué muestra la evidencia empírica? El segundo paso para construir la agenda alternativa es ser claros acerca de la evidencia empírica. La alternativa debe basarse en la realidad. El grado de crecimiento y sus determinantes pueden resumirse en 4 ítems:
1. Las transiciones a un crecimiento económico alto se originan típicamente en un pequeño número de cambios en las políticas y reformas institucionales.
2. Los cambios en las políticas que dan origen a estas transiciones hacia el crecimiento combinan elementos ortodoxos con innovaciones institucionales no convencionales.
3. Las innovaciones institucionales no pueden ser trasladadas. Lo que funciona en un determinado contexto, a menudo no funciona bien en otro.
4. La sustentabilidad del crecimiento económico es un desafío en sí mismo y no puede darse por sentada. Históricamente, pocos países logran sostener un crecimiento alto, una vez embarcados en el mismo.
DOS ELEMENTOS CRUCIALES EN UN PROGRAMA DE CRECIMIENTO. La evidencia empírica nos sugiere un programa de crecimiento de 2 elementos: 1) una estrategia de inversión a corto plazo para darle al crecimiento el puntapié inicial; 2) una estrategia de construcción de las instituciones a mediano y largo plazo, que le de a la economía la elasticidad para poder hacer frente a la volatilidad y otras adversidades.
UNA ESTRATEGIA DE INVERSIÓN. La clave reside en entusiasmar a los empresarios locales para que inviertan en el país. Alentar a la inversión extranjera o liberalizar todo y luego esperar a que las cosas ocurran solas, no funcionará. Una estrategia de inversión necesita 2 cosas: a) alentar las inversiones en áreas no tradicionales; b) arrancar de raíz aquellas inversiones que fracasen.
La clave para un futuro crecimiento está en realizar las decisiones de inversión correctas, ya que estas determinan el patrón de la especialización. Bajo estas circunstancias, existe un gran valor social en el descubrimiento, por ejemplo, que las flores de adorno o las pelotas de fútbol puedan ser fabricadas a bajo costo, ya que este conocimiento puede orientar a inversiones de otros empresarios. Pero el empresario inicial que realiza el descubrimiento puede captar sólo una pequeña parte del valor social que este conocimiento genera, ya que otros empresarios pueden rápidamente emular tales descubrimientos. En consecuencia, el emprendimiento de esta naturaleza –es decir, aprender qué puede ser fabricado- escaseará y se retardará el crecimiento.
Los detalles específicos de cómo puede todo esto lograrse, seguramente diferirán de un país a otro dependiendo de la capacidad administrativa, el régimen de incentivos que prevalezca en ese momento. Los programas con esquemas de subsidios temporales, los fondos para emprendimientos públicos y los subsidios a las exportaciones, son algunas de las formas en que se puede implementar este enfoque. Por ejemplo, la provisión de subsidios por parte de los gobiernos –protección comercial, créditos subvencionados e incentivos impositivos- a menudo va acompañada del crecimiento industrial y la diversificación.
UNA ESTRATEGIA DE CONSTRUCCIÓN DE LAS INSTITUCIONES. Los mercados no se crean por si mismo ni se regulan solos. El crecimiento económico requiere más que el incremento de las inversiones, también necesita esfuerzos para construir 4 tipos de instituciones para mantener el ímpetu del crecimiento y la flexibilidad ante los shocks:
· Instituciones formadoras de los mercados –derechos de propiedad y cumplimiento de los contratos-.
· Instituciones reguladoras de los mercados –para ocuparse de las externalidades, economía de escala e información incompleta-.
· Instituciones estabilizadoras de los mercados –para la gestión monetaria y fiscal-.
· Instituciones que legitimen los mercados –asistencia social, políticas de redistribución, instituciones de manejo de conflicto y emprendimientos sociales-.
Construir y hacer que estas instituciones sean sólidas lleva tiempo. La utilización de un período inicial de crecimiento para experimentar e innovar en estos frentes puede dar muy buenos dividendos más tarde.
CONCLUSIÓN. Las transiciones a un crecimiento económico alto, en muy pocos casos son iniciadas con programas importados desde el extranjero. Abrir la economía al comercio y al flujo de capitales y adoptar instituciones de funcionamiento óptimo, raramente son factores clave en el inicio del proceso. Por el contrario, las reformas iniciales tienden a ser una combinación de innovaciones institucionales no convencionales, con algunos elementos extraídos de la receta ortodoxa. Los recursos humanos adecuados, la infraestructura pública y la paz social son todos elementos clave que posibilitan una estrategia de crecimiento. Pero la estrategia debe ir más allá y encender el espíritu animal de los inversores domésticos. Estas combinaciones tienden a ser específicas de cada país y requieren conocimiento local y experimentación para su implementación exitosa.
El nuevo Consejo de Washington no es una guía útil para promover el desarrollo en los países pobres. Su mensaje de “instituciones de práctica óptima + apertura al comercio + flujo de capital = crecimiento económico”, probablemente nos desilusione. Aquí propongo un enfoque que se centra en la experimentación, tanto en la esfera institucional como en la productiva, como el motor del desarrollo económico. La clave está en darse cuenta que ni la tecnología ni las buenas instituciones pueden lograrse sin adaptaciones domésticas significativas. Esas adaptaciones, a su vez, requieren de un rol pro-activo por parte de la sociedad civil y del Estado y de estrategias de colaboración que promuevan el emprendimiento y la construcción de las instituciones. Lo que el mundo necesita en este momento es menos consenso y más experimentación.
OSVALDO KACEF – La era de la convertibilidad: ¿otra década perdida?
INTRODUCCIÓN. El 1º de diciembre de 2001, el gobierno estableció la imposibilidad de retirar efectivo de los bancos más allá de un límite. Esta medida implicó el fin de la convertibilidad. En medio de una crisis política, fue decretado el default de los pagos externos de la nación, cuando el 6 de enero de 2002, el congreso sancionó el fin de este modelo, la caída anual acumulada de las reservas internacionales alcanzaba a u$s 19.300 millones. La sucesión de medidas que siguió al fin de la convertibilidad hizo agudizar la crisis. Intentaremos hacer un flash-back recorriendo los hechos económicos entre 1991 y 2001. Dividiremos esta nota en 3 partes: oferta de bienes y servicios, demanda de los mismos, y la distribución del ingreso.
INGRESO Y BIENESTAR ECONÓMICO. Para estimar el ingreso total de los argentinos, hay que descontar al PBI el pago neto de intereses externos y la remesa neta de utilidades y dividendos –si la remesa que realizan sus casas matrices a las empresas extranjeras radicadas en el país son mayores que las que realizan las empresas argentinas radicadas en el exterior-. Se puede decir que ya en 2001, antes que la crisis explotara, el nivel de vida promedio de los argentinos estaba por debajo del correspondiente a 1991, es decir que habíamos perdido lo ganado hasta 1997. El indicador basado en el ingreso medido en dólares presenta mucha mayor variabilidad –aumento y caída- que el indicador basado en el ingreso medido en moneda nacional. El primero de ellos tiene su pico en 1994, los aumentos posteriores del ingreso en dólares fueron más que compensadores por el deterioro de la distribución del ingreso. El segundo de los indicadores presenta su nivel máximo en 1997, punto a partir del cual el ingreso comenzó a caer, mientras la distribución del ingreso continuó deteriorándose. En lo que ambos indicadores coinciden es en el hecho de que en 2001 ya se encontraban por debajo del punto de partida, reflejando el deterioro que sufrió el nivel de vida de la población como consecuencia de la caída del ingreso y del aumento de la desigualdad.
SÍNTESIS. La ley de convertibilidad se asentaba, además de en la fijación del tipo de cambio, en una apertura económica rápida y profunda y en una reforma del sector público, que implicaba la privatización de las empresas productoras de servicios. Al mismo tiempo Argentina comenzaba a cerrar el acuerdo por la refinanciación de su deuda externa a través del llamado Plan Brady, lo cual la colocaba nuevamente como destino elegible para los flujos de capitales internacionales. A pesar del aumento de la productividad, la producción sufrió inicialmente con la pérdida de competitividad. Las exportaciones estaban estancadas y las importaciones, impulsadas por las altas tasas de crecimiento económico, crecieron rápidamente, ganando porciones crecientes del mercado interno cuya expansión, sin embargo, permitió también el aumento de la producción de bienes comerciables.
Los primeros años del modelo se caracterizaron por registrar el crecimiento de la demanda interna. Por un lado, recuperándose de años de estancamiento e impulsado por la reaparición del crédito, el consumo creció en los primeros años a tasas muy altas, mientras que la inversión, motorizada por el proceso de privatizaciones, aumentó un 74% entre 1992 y 1994. Para las PYMES el acceso al mercado de crédito internacional estaba vedado y el mercado financiero local no ofrecía financiamiento en condiciones razonables. Sin acceso al financiamiento, la única posibilidad de encarar la reducción de costos necesaria para enfrentar la competencia externa fue el achicamiento de los planteles de personal. Esto, acompañado por la disminución del empleo público, dio origen a un aumento de la tasa de desempleo que pasó del 7% en 1992 al 11,5% en 1994. Aunque la economía argentina superó las consecuencias del “efecto tequila” (crisis mexicana del 94) y en 1996 retomó el sendero del crecimiento, este episodio ya escondía muchos de los aspectos que caracterizan a la situación actual: fuerte caída de la inversión, aumento del desempleo y empeoramiento de las condiciones. Aquella exitosa recuperación fue el canto del cisne de la convertibilidad, ya que en el mismo momento en que la evolución de la economía argentina parecía dar la razón a los defensores del modelo, comenzaban a incubarse los hechos que tiempo después acabarían conformando lo que se describe como una de las peores crisis por las que atravesó nuestro país. La recuperación se interrumpió en 1998. El endurecimiento de las condiciones de acceso al crédito externo, la caída de los precios internacionales en productos exportables y el fortalecimiento del dólar, conformaron una situación típica del shock de oferta, agravada por el hecho de que las dificultades que atravesaban los mercados internacionales de capital impedían contar con el recurso de aliviar la situación por la vía del endeudamiento externo. Entre 1998 y 2001 la tasa de desempleo pasó del 12,4% al 18,3% y este aumento fue acompañado por un persistente crecimiento del grado de desigualdad. A la hora de hacer un balance de lo que dejó la convertibilidad, apenas nos queda un aumento en la cantidad y la calidad de la provisión de servicios públicos y un mayor nivel de exportaciones. Más allá de esto, el saldo muestra un nivel per cápita de producción de bienes similar o inferior al de la década del ’80 y lo mismo puede decirse sobre el consumo privado per cápita y sobre la inversión per cápita. El nivel de bienestar de la sociedad, por otro lado, se encuentra alrededor de los niveles mínimos de los últimos 20 años.
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