miércoles, 12 de octubre de 2011

Malestar en la Cultura, de Freud

Señala que la vida como nos es impuesta resulta gravosa: nos trae dolores, desengaños y tareas insolubles. Para soportarla no prescindir de calmantes, que son de 3 clases: poderosas distracciones que nos hagan valuar un poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas que la reduzcan; y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.

¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan discernir por su conducta, como un y propósito de su vida? Qué exigen de ella y qué quieren alcanzar?. Entonces la respuesta no es difícil: quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla. Esta aspiración tiene dos costados una meta positiva y otra negativa; por un lado se quiere la ausencia del dolor y de displacer y por otro vivenciar intensos sentimientos de placer.
Otra técnica para la defensa contra el sufrimiento se vale de los desplazamientos libidinales sería trasladar las metas pulsionales de tal suerte que no puedan ser alcanzadas por la denegación del mundo exterior. Para ello la sublimación de las pulsiones presta auxilio. Lo débil de este método es que no es de aplicación universal pues solo es asequible para pocos seres humanos (ej: alegría del artista en el acto de crear).
Otro método para evitar el sufrimiento, sitúa la satisfacción de los procesos anímicos internos y para ello se vale de la desplazabilidad del líbido, pero no se extraña del mundo exterior, sino que al contrario se aferra a sus objetivos y obtiene la dicha a partir de un vínculo de sentimiento con ellos. No se queda contento con la meta de evitar displacer sino que se atiene a la aspiración originaria, apasionada hacia el cumplimiento positivo de la dicha y quizás se le aproxime más que cualquier otro método. Es aquella orientación de la vida que sitúa al amor en el punto central que espera toda satisfacción del hecho de amar y ser-amado.
La felicidad en la vida se busca sobretodo en el goce de la belleza, dondequiera que ella se muestre a nuestros sentidos y a nuestro juicio, la belleza de formas y gestos humanos, de objetos naturales y paisajes, de creaciones artísticas y aun científicas. Esto ofrece escasa protección contra la posibilidad de sufrir pero puede resarcir de muchas cosas
Freud hace notar que los genitales mismos cuya visión siempre tiene un efecto excitador, casi nunca se aprecian como bellos; en cambio el carácter de la belleza parece adherir a ciertos rasgos sexuales secundarios.
La religión perjudica este juego de elección y adaptación, imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real.
Freud cuestiona por qué es tan difícil para los seres humanos conseguir la dicha?. Señala que se dio la respuesta cuando señalamos las 3 fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad. En el caso de las dos primeras considera que nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas inevitables. Pero diversa es nuestra conducta frente a la tercera: la social; nos negamos a admitirla en la medida que no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no habrían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos.
Considerando estas situaciones, se puede enunciar que gran parte de la culpa por nuestra miseria la tiene nuestra cultura; seríamos mucho más felices si la resignáramos y volviéramos a encontrarnos en condiciones primitivas.
Señala que cultura designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de las de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres. Para comprender más buscará los rasgos de la cultura tal y como se presentan en las comunidades humanas. Para ello reconoce como “culturales” todas las actividades y valores que son útiles para el ser humano en tanto ponen la tierra a su servicio, lo protegen contra la violencia de las fuerzas naturales, etc. ej: domesticación del fuego, las gafas para corregir los defectos de los ojos, microscopios para vencer los límites de lo visible, con la cámara fotográfica retiene las impresiones visuales fugitivas.
Como último rasgo, aprecia el modo en que se reglan los vínculos recíprocos entre los seres humanos: los vínculos sociales que ellos entablan como vecinos, como dispensadores de ayuda, como objeto sexual de la otra persona, como miembro de una familia o de un Estado. La convivencia humana solo es posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados y cohesionada frente a estos. El poder de la comunidad se contrapone como “derecho” al poder del individuo que es condenado como violencia bruta. Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo.

La libertad individual no es un patrimonio de la cultura, fue máxima antes de toda cultura, pero en estos tiempos carecía de valor porque el individuo difícilmente estaba en condiciones de preservarla.

El desarrollo cultural es un proceso peculiar que abarca la humanidad toda y en el que muchas cosas nos parecen familiares. Puede caracterizarse por las alteraciones que emprende con las notorias disposiciones pulsionales de los seres humanos, cuya satisfacción es por cierto la tarea económica de nuestra vida. Algunas de esas pulsiones son consumidas, por lo que en su reemplazo emerge algo que describiríamos como una propiedad de carácter.

La sublimación de las pulsiones es un rasgo particularmente destacado del desarrollo cultural; posibilita que actividades psíquicas superiores (científicas, artísticas e ideológicas) desempeñen un papel sustantivo en la vida cultural. En tercer lugar, dice Freud que no puede negarse que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional

La experiencia de que el amor sexual (genital) asegura al ser humano las más intensas vivencias de satisfacción
Las mismas mujeres que por los reclamos de su amor habían establecido el fundamento de la cultura, pronto entran en oposición con ella y despliegan un influjo de retardo y reserva. Ellas subrogan los intereses de la familia y de la vida sexual, el trabajo de la cultura se ha ido convirtiendo cada vez más en asunto de los varones, a quienes plantea tareas de creciente dificultad, constriñéndolos a sublimaciones pasionales a cuya altura las mujeres no han llegado. Pero como el ser humano no dispone de cantidades ilimitadas de energía psíquica tiene que dar trámite a sus tareas mediante una adecuada distribución del líbido y lo que usa para fines culturales lo sustrae en buena parte de las mujeres y de la vida sexual; la permanente convivencia con varones llega a enajenarlo de sus tares de esposo y padre y la mujer, se ve empujada a un segundo plano por las exigencias de la cultura y entra en una relación de hostilidad con ella.

El trabajo psicoanalítico ha enseñado que son justamente estas frustraciones de la vida sexual lo que los individuos llamados neuróticos no toleran. Ellos se crean en sus síntomas satisfacciones sustitutivas, que empero los hacen padecer por sí mismas o devienen fuente de sufrimiento por depararles dificultades con el medio circundante y la sociedad. De esa forma la cultura exige otros sacrificios además del de la satisfacción sexual.
Ej: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, sobre el que Freud cuestiona el por qué se rodea de tanta solemnidad un precepto cuyo cumplimiento no puede recomendarse como racional. “Ama a tu enemigo”.
A raíz de esta hostilidad primaria y recíproca la sociedad culta se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución. Por ello la cultura tiene que movilizarlo todo para ponerle límite a las pulsiones agresivas de los seres humanos para sofrenar mediante formaciones psíquicas reactivas sus exteriorizaciones. De ahí el recurso a métodos destinados a impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida, de ahí la limitación de la vida sexual y el mandamiento ideal de amar al prójimo.
Freud dice que la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano; por lo que retomando el hilo (p. 109), sostiene que la cultura encuentra en ello su obstáculo más poderoso. En algún momento de esta indagación se impuso la idea de que la cultura es un proceso particular que abarca la humanidad toda en su transcurrir, pero agrega que sería un proceso al servicio del Eros que quiere reunir a los individuos aislados, luego a las familias, después etnias, pueblos, naciones en una gran unidad: la humanidad. Si se puede no se sabe, es precisamente obra del Eros, deben ser ligados libidinosamente entre sí, la necesidad sola, las ventas de la comunidad de trabajo no los mantendrían cohesionados. Considera que el sentido del desarrollo cultural es la lucha entre Eros y Muerte
La agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida, vale decir, vuela hacia el yo propio. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como “conciencia moral” está pronta a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos, ajenos a él. Así entonces, llama “conciencia de culpa” a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido. Se exterioriza como necesidad de castigo.
Las ideas sobre la génesis del sentimiento de culpa no son las corrientes y no resulta fácil encontrarla; pues si se pregunta cómo alguien puede llegar a tener un sentimiento de culpa, se recibe una respuesta que no admite contradicción: uno se siente culpable (los creyentes le llaman pecado) cuando ha hecho algo que discierne como malo
Entonces el sentimiento de culpa tiene 2 orígenes diversos:
a) la angustia frente a la autoridad externa: compele a renunciar a satisfacciones pulsionales. Esto para no perder su amor. Una vez operada no debería haber sentimiento de culpa alguno.
b) la angustia frente al superyó: esfuerza además a la punición puesto que no se puede ocultar ante el superyó la persistencia de los deseos prohibidos. Es continuación de la severidad de la autoridad externa. La renuncia a lo pulsional no es suficiente porque el deseo persiste y no se puede ocultar del superyó, por lo que esa renuncia no tiene acá efecto satisfactorio, porque la abstención virtuosa no es recompensada con la seguridad del amor. La desdicha externa se ha trocado en una desdicha interior permanente: la tensión de la conciencia de culpa.
, la conciencia moral es la consecuencia de la renuncia de lo pulsional; de otro modo: la renuncia de lo pulsional (impuesta a nosotros desde afuera), crea la conciencia moral que después reclama más y más renuncias.
Ahora bien, señala que si se tiene un sentimiento de culpa por infringir algo, más bien debería llamarse arrepentimiento, por lo que Freud se cuestiona de dónde proviene y considera que permitirá esclarecer el secreto del sentimiento de culpa
Considera entonces que hay una participación del amor en la génesis de la conciencia moral y el carácter fatal e inevitable del sentimiento de culpa. Lo que no es otra cosa que la lucha eterna entre Eros y la pulsión de destrucción o muerte.
Propósito del ensayo: Situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural y mostrar que el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa.
Las religiones no han ignorado el papel del sentimiento de culpa en la cultura y en efecto sustentan tal pretensión de redimir a la humanidad de este sentimiento de culpa que ellos llaman pecado.
el superyó es la conciencia moral y tiene entre otras funciones la de vigilar y enjuiciar las acciones y los propósitos del yo, ejerce una actividad censora
. La necesidad de castigo (angustia) es una exteriorización pulsional del yo que ha devenido masoquista bajo el influjo del superyó sádico
La lucha entre individuo y comunidad no es un retoño de la oposición inconciliable entre Eros y Muerte, implica una querella doméstica del líbido, comparable a la disputa en torno de su distribución entre el yo y los objetos y admite un arreglo definitivo en el individuo como esperamos lo admita también en el futuro de la cultura, por más que en el presente dificulte tantísimo la vida de aquél. 

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