EMILIANO GALENDE - DE UN HORIZONTE INCIERTO
PSICOANALISIS Y SALUD MENTAL EN LA SOCIEDAD ACTUAL
Galende comienza el capítulo 2 (Subjetividad y cultura: el malestar de la individuación) de su obra diciendo que actualmente se vive en un mundo y en una época en la que las escenas, los escenarios, la teatralización y otras formas de representaciones, han invadido nuestra experiencia cotidiana de la realidad. Vivimos en una nueva cultura y se producen cambios profundos en las formas de trato y vínculo entre los individuos. Galende habla de que el mundo podría haber sido mejor, y por ello nos señala 10 ítems en los cuales profundiza los cambios que hemos sufrido los seres humanos a comparación de culturas anteriores.
- La individualidad actual.
La primera forma de reconocimiento de la individualidad, de la separación y diferenciación del hombre respecto del grupo, está ligada a la institución social de la propiedad, y a partir de ésta, la constitución de una esfera de lo privado. Se trata de relaciones sociales que sólo se sostienen con referencia a otros: tener lo que otro no tiene, etc.
Los individuos sólo pueden representarse lo propio y lo privado por referencia a la comunidad, lo público. Se te trata de dos esferas de competencia: el crecimiento de la individualidad (propiedad, privacidad, autonomía, libertad) amenaza con la eliminación del desarrollo de lo público (la solidaridad, obligaciones con el conjunto, etc.).
El éxito del individuo ya no está ligado al reconocimiento en la vida, sino que consiste en la pura afirmación personal. La caída de lo público tiene su correlato en la individualidad.
El desarrollo del individualismo acompañado por la valoración del consumo fue llevando a que lo público perdiera rasgos de solidaridad y cooperación. Lo público se significa por la pobreza, la necesidad, la violencia e incapacidad. El éxito, está ahora mas ligado al sentimiento personal que a la acción en sociedad.
La vida social ha cambiado, y con ella, los individuos. La vida comunitaria de las sociedades (la aldea, el barrio en la ciudad) descansaba sobre vínculos organizados sobre alguna tarea solidaria. Sólo las emociones y los afectos singularizaban al individuo. En cambio, el individuo de la gran ciudad actual mantiene distancia con el grupo social.
- De la nueva cultura del amor.
En la búsqueda de felicidad, Freud señala el amor sexual: permite la satisfacción del instinto y del deseo a la vez que genera una dependencia del objeto de amor.
La sexualidad se hace adictiva pero separada del amor. El amor tierno empobrece la sexualidad. Pero ocurre que se trata a la vez de un modelo de sensibilidad que constantemente se promueve desde el cine y la televisión.
La existencia de determinadas técnicas fertilizantes han posibilitado la reproducción humana por fuera del amor y el sexo, y hasta en varios países existe la posibilidad de tener un hijo prescindiendo de la presencia del padre, hecho que en otros tiempos hubiera sido imposible.
En el psicoanálisis se diferencia lazo social, relación de objeto, elección de objeto, comprendiendo a estas modalidades de relación con el otro como determinadas por el inconsciente reprimido, de la historia libidinal del sujeto, de sus deseos.
Freud observa cómo la familia es tomada como analogía por la comunidad cristiana: los creyentes se llaman a sí mismos “hermanos”, es decir, hermanados en Cristo y por el amor de Cristo: “No cabe dudas que el enlace que liga a cada individuo con Cristo es la causa del lazo que los une entre sí”. Resulta evidente que no hay amor ni lazo social sin que esté presente el poder y la dominación.
- Ser empresario de sí mismo.
Las clásicas oposiciones en que se estructuraba la vida social se ven desdibujadas. En particular aquello que identificaba al empresario con el patrón y la explotación, y al asalariado con el sujeto colectivo de las transformaciones sociales. El empresario se ha recubierto del éxito social, en deterioro de aquella imagen de explotación de hombre por el hombre. Lo que antes se esperaba y dependía de la acción solidaria del conjunto ha pasado a ser vivenciado como del ámbito personal.
En un mundo marcado por la incertidumbre y la complejidad, en el que cada individuo es víctima de sus propios miedos, se construye un estilo de vida que pasa por la asunción de riesgos personales, facilitado por una cultura que invita a sus ciudadanos a ser responsables de sí mismos. Los individuos se encontraron ante la situación de tener que inventar su presente y el futuro. Todos están convidados a tomar el futuro en sus propias manos.
El ser empresario de sí mismo es entrar en la competencia: dado que el éxito es ahora el ser competitivo se trata de asumir la aventura de la realización personal por esta vía.
Los valores de la autonomía personal y la libertad han sido desplazados por muchos por la capacidad de competencia. Esto hace que la solidaridad pierda sentido ya que no puede articularse a una competencia entre individuos para la cual sólo se busca el éxito personal. En este sentido, “ser uno mismo” ha adquirido mucha fuerza, que no consiste en un acto de libertad que permita elegir una identidad como se eligen los objetos de consumo.
Adquirir esta supuesta capacidad de ser empresario de sí mismo, es sentido como la solución más justa, eficaz y posible de luchar contra la exclusión.
- La subjetividad de la competencia generalizada.
Pero no sólo en la vida económica se impuso la competencia. En poco tiempo, nuevos héroes se ofrecen a la identificación social: modelos, conductores televisivos y deportistas. Son éstos últimos quienes muestran mayor éxito para la identificación porque su profesión es competencia pura y muestra una cara aceptable dado que el triunfo siempre es merecido, la competencia resulta sana porque estimula el desarrollo y la estética misma del deporte. En poco tiempo, niños y grandes pasaron a vestirse con ropas deportivas, marcas deportivas accesibles al público masivo. Deportes que eran exclusivos de sus practicantes, como el tenis o el golf, se han transformado en un gran espectáculo televisivo.
- Consumo y realización personal.
Desde sus comienzos el capitalismo industrial produjo en los hombres la necesidad de consumirlos. Esto lo conocen los encargados de marketing, en cualquier cultura previa e independientemente de las necesidades reales de los individuos, inducir el consumo de los objetos que le interesa vender a la industria. Es suficiente ver los shoppings en todo el mundo: misma arquitectura, mismos símbolos, mismos productos, con una independencia casi absoluta del país y la cultura en que se instalan.
La industria actual lleva a los individuos a la asunción de necesidades cuya satisfacción procura, como parte de la lógica de la producción y el consumo. Lo curioso es la creencia de los individuos de que satisfacer estas necesidades consiste en un acto de diferenciación social. No perciben que es el consumo mismo y las necesidades de la industria que lo producen los que en definitiva marcan los límites e ilusiones de esa libertad.
- La nueva nerviosidad moderna.
La competencia en que ha devenido la vida, junto a la desprotección institucional de los menos aptos (pobres, viejos, discapacitados) ha generado nuevos sufrimientos subjetivos englobados en la idea de la depresión, crisis, pánico o inseguridad. Esto puede observarse que en la sociedad se manifiesta como violencia.
La nerviosidad actual, la violencia en la sociedad y la depresión generalizada nos están mostrando la otra cara del mercado. La prensa ha comenzado a alertar sobre el consumo masivo de psicodrogas, tranquilizantes, hipnóticos, psicoestimulantes o antidepresivos. En este sentido han tenido responsabilidad los psiquiatras: su papel se había limitado al diagnóstico de enfermedades mentales que no podían curar. A partir de los años ’50 el descubrimiento de ciertas drogas mejoraba los síntomas mentales, abrió el campo para una intervención de diversos malestares.
- El nuevo terror a la excusión social.
El dirigente sindical de la primera mitad del siglo representaba los intereses corporativos, dedicaba su capacidad intelectual, su tiempo, a veces su misma vida, a la defensa de los intereses de los miembros de su corporación. El dirigente corporativo actual se vuelca sobre sus propias necesidades e intereses, económicos, políticos, de poder o ascensión social, a los que trata de satisfacer. Todo el mundo sospecha de esos discursos que siguen proclamando el bien común y la moral colectiva, porque con razón suponen que esos individuos están allí por intereses personales que ocultan.
Las ideas de Nación, Pueblo, han ido cediendo paso a una sociabilidad basada más en determinados rasgos particulares (de origen, de raza, de género, pero ahora también de otros rasgos novedosos, como ex alcohólicos, punks, villeros, etc.).
Estos nuevos colectivos sociales son la expresión más clara del abandono social de los valores de la igualdad y la solidaridad. Se trata en muchos casos de neocumunidades, o comunidades construidas artificialmente, reactivas o defensivas, dominadas por el terror de la exclusión social.
La existencia de este individualismo, las nuevas dinámicas de exclusión social que generan el terror vivenciado individualmente y los nuevos agrupamientos neocomunitarios constituyen nuevos datos de la conformación de lo social.
El individuo sólo es ciudadano si forma parte de la vida social de la ciudad, con sus derechos y obligaciones. Los que no poseían derechos ciudadanos vivían al margen de las sociedad, habitaban la periferia de la ciudad, las murallas de la ciudad medieval o las villas miserias de las sociedades modernas. En la actualidad, los excluidos sociales habitan preferentemente el centro de las ciudades (alojándose en plazas, edificios públicos, etc.).
- Todos somos jóvenes: el borramiento de las diferencias.
La cultura actual exige “estar en forma”, y esta exigencia ha provocado un estallido de las identidades personales. Las nuevas identidades se soportan sobre rasgos más banales de la cultura (competencia, éxito personal, capacidad de consumo, etc.) haciendo que la ilusión de una singularidad desemboque en modelos publicitarios que promueven íconos del éxito (TV, deporte, revistas, como ya señalé).
En las tres diferencias básicas que se organizó la vida social moderna (de clase social, de generación y de género) se están produciendo borramientos notables.
En la cultura actual se tiende a establecer un solo modo de clase social, identificado con el empresario. No se trata por cierto de que no existan aún obreros y patrones, se trata de formas de renegación por las cuales se hace posible un imaginario de tolerancia y pacificación.
La infancia actual parece acortarse, los niños en período de lactancia y los púberes toman modos y costumbres de jóvenes a los que tienen como modelos de identificación. La adolescencia comienza así más temprano respecto de la edad cronológica que se le asignaba. Esta adolescencia resulta más prolongada, algunos hasta los 30 años conservan hábitos de adolescentes, favorecidos por ser aún mantenidos por sus padres. Los que ya han pasado los 30 realizan esfuerzos para mantenerse jóvenes: gimnasio, dietas, vestimentas y arreglos similares a los modelos publicitarios de juventud.
El ideal que se promueve desde los medios es el del joven, sobre todo porque condensa exitosamente el borramiento de las tres oposiciones (clase, género y generación): de clase; ya que los jóvenes se parecen entre sí; de generación; ya que se pasó a una idealización del joven por sus cualidades físicas; y de género; ya que se evita la diferencia que va poniendo la edad al cuerpo sexuado.
- Un nuevo espacio para una nueva sociabilidad.
Es sabido que las formas arquitectónicas son expresiones esenciales de una cultura. Es observable un cambio de los estilos propios de la modernidad hacia un cierto “collage” de estilos que desprende de cualquier referencia de época. Algunos lo han denominado “populismo estético”. Lo curioso es que los criterios estéticos se impusieron en todos los niveles: desde la ropa, los utensillos de la mesa y la cocina, los autos o aviones. Todos son ahora verdaderos objetos estéticos, en ellos se vuelcan los esfuerzos de creación e innovación constantes.
Los modos de organización del espacio actual (shoppings, avenidas, hoteles, etc.) forman parte de una modalidad de encuentro acotado y pasajero, funcionalizado para la experiencia parcial y anónima que allí se realiza. Estos lugares se muestran funcionando como verdaderas ciudades artificiales dado que se trata de espacios anónimos que provee el consumo, tienden a borrar o ignorar las identidades sociales de clase, pobreza, origen, raza, etc.
El individuo transita estos lugares como parte de su sociabilidad actual, encuentros para el consumo ampliado, sensaciones impactantes de lo nuevo, la ilusión de “estar” insertado en la cultura y la sociedad real.
- Las vicisitudes de la realidad.
Las nuevas identidades son frágiles, la fragmentación es su carácter dominante. Las identidades que se producen en esta nueva cultura reniegan de la pérdida y del apego, se referencian en objetos del consumo, en su posesión y renovación constante. La identidad que estas posesiones pueden proveer tiene la fragilidad y la duración de esos objetos de consumo. Al perderse, no dejan nada al individuo, sólo lo devuelven a un vacío que debe llenar nuevamente. Esto que se llama mercado nos obliga a todos a una redefinición de lo social mismo. La subjetividad que ha producido y lo sostiene es la de la competencia. Todos los individuos se preparan en todas las dimensiones de su vida para mantenerse competitivos, como modo de inserción social. Esta individualidad busca definir su identidad por el consumo de objetos.
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