El artículo “El malestar de la cultura” vio la luz en 1930. En éste, el padre del psicoanálisis Sigmund Freud planteó la insatisfacción del hombre debido a la cultura, puesto que esta se encarga de controlar sus impulsos eróticos y agresivos. El hombre tiene una agresividad innata que puede desintegrar la sociedad, y la cultura sería la encargada de controlar esta agresividad internalizándola bajo la forma de Súper yo y dirigiéndola contra el Yo.
El hombre busca siempre el placer y evita el displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Por eso el hombre rebaja sus pretensiones de felicidad, aunque busca otras posibilidades como el hedonismo, el estoicismo, etc. La vida nos obliga a tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (como el arte), o bien narcotizarnos. Otra manera de evitar el sufrimiento es reorientar los fines instintivos de forma tal que podamos eludir las frustraciones del mundo exterior. Esto se llama sublimación y es el proceso en el que los deseos insatisfechos reconvierten su energía en algo útil o productivo socialmente. Es posible canalizar lo instintivo hacia satisfacciones artísticas o científicas que alejan al sujeto cada vez más del mundo exterior. En otras palabras, son muchos los procedimientos que existen para alejar el sufrimiento, pero ninguno es ciento por ciento efectivo.
La religión impone un camino único para ser feliz y evitar el sufrimiento. Para ello reduce el valor de la vida y delira deformando el mundo real intimidando a la inteligencia, infantilizando al sujeto y produciendo delirios colectivos. No obstante, tampoco puede eliminar totalmente el sufrimiento.
El sufrimiento humano reconoce tres fuentes: el poder de la naturaleza, la caducidad del cuerpo humano y la insuficiencia para regular las relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero la que resulta difícil de comprender es la tercera: por qué la sociedad no nos procura satisfacción o bienestar y esta es la causa que genera una hostilidad hacia lo cultural.
La cultura tiene como finalidad proteger al hombre de la naturaleza y regular sus mutuas relaciones sociales. Para esto el hombre tuvo que abandonar el poderío de una sola voluntad tirana para ceder al de la comunidad, es decir que todos debieron sacrificar algo de sus pulsiones debido a la cultura. Esta represión puede alivianarse a través de tres caminos, tres destinos posibles para las pulsiones: se subliman, se consuman para procurar placer (por ejemplo el orden y la limpieza como ritual neurótico), o se frustran. De este último caso deriva la hostilidad hacia la cultura.
Desde el principio, el hombre primitivo comprendió que para sobrevivir debía organizarse con otros seres humanos. Para ésto, debió aprender a desviar el impulso sexual hacia otro fin, generándose una especie de amor hacia toda la humanidad, pero que tampoco anuló totalmente la satisfacción sexual directa. Ambas variantes buscan unir a la comunidad con lazos más fuertes que los derivados de la necesidad de organizarse para sobrevivir. Pero pronto surge un conflicto entre el amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura, y ésta lo amenaza con restricciones. La familia defiende el amor, y la comunidad más amplia la cultura. La mujer entra en conflicto con el hombre: éste, por exigencias culturales, se aleja cada vez más de sus funciones de esposo y padre. La cultura restringe la sexualidad anulando su manifestación, ya que la cultura necesita energía para su propio consumo.
La cultura busca sustraer la energía del amor entre dos, para derivarla a lazos libidinales que unan a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla (“amarás a tu prójimo como a ti mismo”). Pero sin embargo, también existen tendencias agresivas hacia los otros, y además no se entiende por qué amar a otros cuando quizá no lo merecen. Así, la cultura también restringirá la agresividad, y no sólo el amor sexual, lo cual permite entender por qué el hombre no encuentra su felicidad en las relaciones sociales.
En “Más allá del principio del placer” habían quedado postulados dos instintos (aunque Freud utiliza la palabra “pulsión” para diferenciarnos de los animales): el Eros (vida), y el Tánatos (agresión o muerte). Ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse. La libido es la energía del Eros, pero es más la tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos ponen en peligro la propia sociedad y ésta no se mantiene unida solamente por necesidades de sobrevivencia, de aquí la necesidad de generar lazos libidinales entre los miembros.
Pero la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un Súper yo que la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad de castigo. La autoridad es internalizada, y el Súper yo tortura al Yo “pecaminoso” generándole angustia. La conciencia moral actúa especialmente en forma severa cuando algo sale mal. Llegamos así a conocer dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad, y otro, más reciente, el miedo al Súper yo. Ambas instancias obligan a renunciar a las pulsiones, con la diferencia que al segundo no es posible eludirlo. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias libidinosas. El precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad.
Freud concluye que la génesis de los sentimientos de culpabilidad están en las tendencias agresivas. Al impedir la satisfacción de ésta, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y esta agresión es canalizada hacia el Súper yo, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad. También hay un Súper yo cultural que establece rígidos ideales. El destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros, la tendencia opuesta.
*Ello, que sólo busca la satisfacción de los impulsos orgánicos. No posee noción del tiempo ni de lo que está bien o mal, puesto que no responde a imposiciones culturales, sino a sus propias pulsiones.
*Yo, lo que está en contacto con la realidad, una parte más exterior del Ello o la que se a modificado por estar en contacto con la realidad.
*Súper yo, la parte ética y moral que ha sido creada en el hombre por las enseñanzas de nuestros padres o cuidadores y por las creencias culturales que nos frenan. El Súper yo limita al Ello para que Yo pueda vivir en armonía.
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