Defender la sociedad
Situación del curso
Como apertura del curso Defender la sociedad, Foucault presenta, n la forma de balance y puesta a punto, los lineamientos generales del poder disciplinario –poder que se aplica singularmente a los cuerpos mediante las técnicas de la vigilancia, las sanciones normalizadoras, la organización panóptica de las instituciones punitivas- y esboza al final del curso el perfil de lo que llama el biopoder, poder que se aplica globalmente a la población, a la vida y a los seres vivientes. En el intento de establecer una genealogía de ese poder, Foucault examinó, a continuación, la gubernamentalidad, poder que se ejerció, desde fines del S XVI, a través de los dispositivos y las tecnologías de la razón de Estado y la policía.
La cuestión del poder, comenzó a plantearse en su desnudez alrededor de 1955, contra el fondo de esas dos sombras gigantescas, que fueron para él y para su generación, el fascismo y el estalinismo. La falta de análisis del fascismo es uno de los hechos políticos más importantes de los últimos treinta años. Si la cuestión del S XIX fue la de la pobreza –decía-, la planteada por el fascismo y del estalinismo fue la del poder: “demasiado pocas riquezas” por un lado, “demasiado poder” por el otro. Desde la década del treinta, en los círculos trotskistas se había analizado el fenómeno burocrático, la burocratización del partido. La cuestión del poder se retoma en la década del 50, a partir, en consecuencia, de las “herencias negras” del fascismo y del estalinismo.
Las relaciones de poder, los hechos de dominación y las prácticas de sometimiento no son específicos de los “totalitarismos”; también atraviesan las sociedades llamadas “democráticas”, las que Foucault estudió en sus investigaciones históricas. Las sociedades occidentales, y de una manera general las sociedades industriales y desarrolladas de fines de siglo, son sociedades atravesadas por esta sorda inquietud e incluso por movimientos de rebelión completamente explícitos, que ponen en entredicho esa especie de superproducción de poder que el estalinismo y el fascismo manifestaros sin duda en toda su desnudez y monstruosidad.
Fascismo y estalinismo no hicieron más que prolongar toda una serie de mecanismos que ya existían en los sistemas sociales y políticos de Occidente. Después de todo, la organización de los grandes partidos, el desarrollo de aparatos policiales, la existencia de técnicas de represión como los campos de trabajo son una herencia realmente constituida de las sociedades occidentales liberales que el estalinismo y el fascismo no tuvieron más que recoger.
Así, entre “sociedades liberales” y Estados totalitarios habría una filiación muy extraña, de lo normal a lo patológico e, incluso, lo monstruoso, sobre la cual habrá que interrogarse tarde o temprano.
El fascismo y el estalinismo utilizaron y extendieron los mecanismos ya presentes en la mayoría de las demás sociedades. No sólo esto sino que, a pesar de su locura interna, usaron en gran medida las ideas y los procedimientos de nuestra racionalidad política. También “continuidad” del fascismo y el estalinismo en las biopolíticas de exclusión y exterminio de lo políticamente peligroso y étnicamente impuro. Después de todo, uno de los objetivos, sin duda esencia, de ese curso es el análisis de la utilización que el fascismo, principalmente, hizo de las biopolíticas raciales en el “gobierno de los seres vivos” por el conducto de la pureza de sangre y la ortodoxia ideológica.
Con respecto a las relaciones entre poder y economía política, Foucault mantuvo una especie de diálogo ininterrumpido con Marx. En Marx, las relaciones de dominación parecen establecerse en la fábrica únicamente por el juego y los efectos de la relación antagónica entre el capital y el trabajo. Para Foucault, al contrario, esa relación sólo habría sido posible gracias a los sometimientos, los adiestramientos, las vigilancias producidas y administradas previamente por las disciplinas. No hay por lo tanto un foco único del que salgan como por emanación todas esas relaciones de poder, sino un entrelazamiento de éstas que, en suma, hace posible la dominación de una clase sobre otra, de un grupo sobre otro. No es el trabajo el que introdujo las disciplinas sino más bien éstas y las normas las que hicieron posible el trabajo tal como se organiza en la economía llamada capitalista.
Podríamos decir lo mismo a propósito de la sexualidad. Foucault nunca negó la centralidad de la sexualidad en los discursos y las prácticas médicas desde principios del S XVIII. Pero desechó la idea, anunciada por Freud y teorizada a continuación por el freudomarxismo, de que esa sexualidad sólo habría sido negada, reprimida, suprimida; muy por el contrario, habría suscitado, según Foucault, roda una proliferación de discursos eminentemente positivos mediante los cuales se ejerció en realidad ese poder de control y normalización de los individuos, las conductas y la población que es el biopoder. En torno de la sexualidad se articularían entonces, recíprocamente apoyados y fortalecidos, los dos poderes, el de las disciplinas del cuerpo y el del gobierno de la población.
En consecuencia, lo que marca la especificidad y la importancia del trabajo y la sexualidad, y lo que hace también que hayan sufrido la carga y la sobrecarga de los discursos de la economía política, por un lado, y el saber médico por el otro, es que en ellos y a través de ellos se conjugaron tanto las relaciones del poder disciplinario como las técnicas de normalización del biopoder, lo que intensificó las influencias y efectos de ambos. Esos dos poderes constituirían dos modos conjuntos de funcionamiento del saber/poder, aunque, es cierto, con focos, puntos de aplicación, finalidades ya apuestas específicas: el adiestramiento de los cuerpos, por una parte; la regulación de la población, por la otra.
Donde hay poder siempre hay resistencia; uno es coextenso de la otra. El campo en que se despliega el poder no es, entonces, el de una dominación “lúgubre y estable”: por doquier estamos en lucha y a cada instante pasamos de la rebelión a la dominación, de la dominación a la rebelión. Si hemos sido testigos del desarrollo de tantas relaciones de poder, de tantos sistemas de control, de tantas formas de vigilancia, fue justamente porque el poder siempre era impotente. Las relaciones de poder sólo pueden existir en función de una multiplicidad de puntos de resistencia: éstos desempeñan en ellas el papel de adversario, de blanco, de apoyo, de punto de agarre. Estos puntos de resistencia están presentes por doquier en la red del poder.
Poder y resistencias se enfrentan con tácticas cambiantes, móviles y múltiples en un campo de relaciones de fuerza cuya lógica es menos la reglada y codificada del derecho y la soberanía que la estratégica y belicosa de las luchas. L relación entre poder y resistencia está menso en la forma jurídica de la soberanía que en la forma estratégica de lucha que, en consecuencia, habrá que analizar.
Lo que me gustaría discutir, a partir de Marx, no es el problema de la sociología de las clases, sino el método estratégico concerniente a la lucha. Allí reside mi interés por Marx, y a partir de ahí me gustaría plantear los problemas.
Sus relatos de la dominación de los normandos sobre los sajones se fundan en la historia de la conquista, que oponen a las ficciones del derecho natural y al universalismo de la ley. Allí, y no en Maquiavelo o en Hobbes, tiene su origen, según Foucault, una forma radical de historia, que habla de guerra, conquista y dominación y funciona como arma contra la realiza y la nobleza en Inglaterra, contra la realeza y el tercer estado en Francia.
Luchamos todos contra todos. Esta afirmación, aparentemente hobbesiana, no debe engañarnos. No es el gran enfrentamiento binario, la forma intensa y violenta que las luchas asumen en ciertos momentos, pero sólo en ciertos momentos de la historia: los enfrentamientos codificados en la forma de revolución. Se trata más bien, en el campo del poder, de un conjunto de luchas puntuales y diseminadas, una multiplicidad de resistencias locales, imprevisibles, heterogéneas que el hecho masivo de la dominación y la lógica binaria de la guerra no logran aprehender. En 1982 Foucault escribía que su objetivo era producir “una historia de los diferentes modos de subjetivización del ser humano en nuestra cultura”. El ejercicio del poder consistiría, entonces, según él, sobre todo en “conducir conductas”, al modo de la pastoral cristiana y la gubernamentalidad. En el fondo, el poder, corresponde menos al orden del enfrentamiento entre dos adversarios o de la acción. De uno con respecto al otro, que al orden del “gobierno”. En suma, toda estrategia de enfrentamiento aspira a convertirse en relación de poder; y toda relación de poder se inclina, tanto si sigue su propia línea de desarrollo como si choca con resistencias frontales, a convertirse en estrategia ganadora.
Foucault había planteado la cuestión del poder desde Historia de la locura: un poder que está en acción y se ejerce a través de las técnicas administrativas y estatales del “gran encierro” de los individuos peligrosos.
El interés de Foucault por el poder tiene su origen aquí, en la vigilancia, la atención y el interés con que seguía lo que Nietzsche llamaba die grosse politik, el ascenso de los fascismos en todo el mundo, las guerras civiles, la instauración de las dictaduras militares, los objetivos geopolíticos de opresión de las grandes potencias; también y sobre todo, tiene sus raíces en su práctica política de la década del setenta, que le había permitido captar al natural, sobre el terreno, el funcionamiento del sistema carcelario, observar la suerte corrida por los detenidos, estudiar sus condiciones materiales de vida, denunciar las prácticas de la administración penitenciaria y apoyar los conflictos y las revueltas en todos los lugares en que estallaban.
En cuanto al racismo, es un tema que apareció y fue abordado en los seminarios y cursos sobre la psiquiatría, en torno de la teoría médica de la degeneración, de la teoría médico legal del eugenismo, del darwinismo social y de la teoría penal de la defensa social, se elaboran en el S XIX las técnicas de discriminación, aislamiento y normalización de los individuos peligrosos: la aurora precoz de las purificaciones étnicas y los campos de trabajo. Un nuevo racismo nació cuando el saber de la herencia se acopló con la teoría psiquiátrica de la degeneración.
Defender la sociedad podría entonces, ser el punto de encuentro, la unión, la articulación del problema político del poder y la cuestión histórica de la raza.
No tengo un método que aplique de la misma forma a dominios diferentes. Al contrario, diría que es un mismo campo de objetos, un dominio de objetos lo que trato de aislar utilizando instrumentos que encuentro o forjo, en el momento en que estoy haciendo mi investigación, sin privilegiar en absoluto el problema del método.
Lo que trabajo aquí es el planteamiento de un problema urgente, el del racismo, y la apertura de un camino, el esbozo de un trazado genealógico para intentar repensarlo
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